lunes, 28 de mayo de 2012

LA VANGUARDIA COMO UN HÁBITO




Simulacro de sortilegios, antología poética
Emilio Adolfo Westphalen
DGP/Conaculta
México, 2011, 283 pp.
por Mijail Lamas
Se cuenta que una vez se le tomó por santo ya en avanzado estado de putrefacción.
Emilio Adolfo Westphalen
El surrealismo, como movimiento internacional, logró repercutir profundamente en la literatura hispanoamericana; la presencia que tuvo en países como México, Argentina y Perú fue determinante para el desarrollo de nuevos caminos expresivos y la liberación de la dicción poética. Las obras de Octavio Paz, Enrique Molina o Emilio Adolfo Westphalen representan la asimilación del movimiento desde este lado del Atlántico, apuntalando al movimiento como uno de los de mayor influencia en el continente.
En el camino que trazan las vanguardias en América, la obra de Emilio Adolfo Westphalen surge como pionera de una expresión que modificará profundamente los registros de la poesía peruana y buena parte de la poesía latinoamericana.
Ante tal panorama histórico, la aparición de Simulacro de sortilegios, antología poética, resulta una oportunidad para recorrer la obra de este enigmático escritor que a la edad de 22 sorprendió a propios y extraños con su primer libro, Las ínsulas extrañas (1933), y que después de su segundo libro guardaría un silencio de 45 años, salpicado por infrecuentes publicaciones en revistas.
En este primer Westphalen conviven de manera orgánica la influencia del Vallejo de Trilce, el ripio consecuente de la escritura automática y por momentos la reiteración a la Gertrude Stein. Su atasque rítmico y su desarticulación sintáctica, aunque prefigurados en su programa de ruptura, por momentos parecen atender a una congestión anímica más que a una deliberada búsqueda experimental.
Bajo la llama la gota de sangre el ave
La noche es más lenta
Se empina
Por te ver si yo
Aunque estás muerta
Oyes
Ante los repetidos ejemplos es fácil concluir que Westphalen es un vanguardista en la forma y un romántico en el fondo, además de que no logra desprenderse del todo de cierto léxico modernista, que resulta mucho más presente en su posterior libro, Abolición de la muerte (1935).
Lo que entonces sorprendió de Las ínsulas, su acumulación de frases inconexas, su dislocación sintáctica, su decidida rispidez sonora, resultan después de cinco poemas, estrategias predecibles y algo monótonas. No obstante, es importante mencionar que este tipo de ejercicio formal que desarrolla Westphalen ha florecido de manera mucho más afortunada en poetas como Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Octavio Paz y hasta en la prosa de Julio Cortázar.
En el apartado “Abolición de la muerte”, Westphalen reproduce de manera más definitiva la fórmula bretoniana de “Unión libre”: acumulación de imágenes seriales, que en el caso de Westphalen no siempre son afortunadas. La cadencia de sus versos es decididamente menos entrecortada y atiende a un flujo de pensamiento en menos tensión:
Y las manos líquidas para a tientas encontrase
Y algo como cabeza rodando por las escaleras
Y algo como frutos subidos de círculo en círculo
(…)
Había tantos nidos de dulzura y silencio entre nuestras bocas
Mientras que “Balanza exacta” es una reunión de pedacería donde lo que más destaca es alguna prosa que por momentos recuerda al Cortázar de Historias de cronopios y de famas, en “Belleza de una espada en la lengua”, Westphalen logra una mayor efectividad metafórica, mediante un trabajo de depuración, con el que logra construir miniaturas en las que es evidente la remoción de algunos residuos de la escritura automática, además de plantear un extrañamiento mucho más directo. Tampoco es raro observar la búsqueda de una cadencia menos dispar.
Nadie más sino
Nerval capta la diáfana
Mirada que concede
La vida como una muerte
Gozosa porque negada.
En los demás apartados de Simulacro de Sortilegios… Westphalen continúa depurando su peculiar poética, y del exaltado verso surrealista pasa a miniaturista ocurrente, no siempre afortunado. Sus recursos han ido gastando, su formula se sintetiza, se fragmenta o se destruye.
Así, mientras que en sus primeros libros hace añicos la convención formal de la poesía heredera del modernismo, hacia el final de sus días nos entrega una candorosa y malograda pedacería en la que abusa de la descripción y cierto tono anticlimático, donde la ironía es insuficiente para la vuelta de tuerca.
Frente al mar del poniente — el cuerpo en pie del amante tapaba casi por completo el de su compañera — reclinado sobre reducido parapeto.
Eran visibles — con todo —brazos desnudos alrededor de cuello ajeno y — abajo — extremos deleitables de las piernas — meciéndose lenta — pendularmente.
Hay que resaltar que si bien al final de sus días sus estrategias formales se fueron modificando, Westphalen no logra mover el registro de su sensibilidad como otros poetas de su tiempo.
Finalmente, y más allá del museo de la vanguardia, Emilio Adolfo Westphalen se nos presenta como un pionero de la liberación expresiva de la poesía en lengua española, sobre todo desde el nivel sintáctico, además de pertenecer a esa legión de poetas americanos que disemina la buena nueva del surrealismo y su escritura automática. Sus estrategias, como apuntaba previamente, encontraron mejor suerte en otros poetas, sobre todo porque en él esta expresión novedosa no logra actualizar su sensibilidad tan arraigada al léxico modernista. Su hábito no logra cubrir su corazón de viejas resonancias.

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