Por Mijail Lamas
Escritos a mano, de Esther Seligson
Editorial JUS
Pág: 236
Serie: Contemporáneos
Voy a enfrentarme a esta página parpadeante y eléctrica
para hablar de Esther Seligson, así que antes debo hacer una precisión, esto no
es una reseña, sino una de las formas de la devoción. Así que frente a esta
computadora, este aparatejo que nunca fue digno de su confianza, estoy por
hablar sobre un libro de ella.
Esther Seligson se enfrentaba al ejercicio íntimo de su
escritura (la ficción, la poesía y sus diarios) escribiendo a mano, luego
pasaba sus escritos, casi sin un error, en su Olivetti color beige, esa que
cargó desde Portugal hasta su departamento en la colonia Juárez. Esa máquina
con un teclado inusual, con virgulilla, acento circunflejo y cedilla; esa
máquina que denotaba una modernidad obsoleta, y que un buen día decidió
regalarme con su respectiva dotación de cintas rojinegras.
Los garabatos de Esther Seligson inundaron el papel de libretas que venían de todas partes,
cuadernos de pastas azules y gruesos renglones que trajo de Israel,
amarillentas hojas que sobrevivieron de sus viajes a la India y el Tíbet,
delgadas hojas de una libreta que compró en Lisboa, tal vez en la Rua dos
Douradores, la calle preferida de un tal Fernando Pessoa.
De esos cuadernos nace Escritos a mano, más que un libro,
un prodigio en su variedad de matices e intenciones, en él “todo es invitación
a prepararse para entrar en un mundo radicalmente distinto…”.
Su naturaleza fragmentaria no bosqueja, pinta en pocos
trazos y de manera deslumbrante las expresiones de los personajes que lo
habitan, vuelve palpable cada uno de los escenarios en los que se sitúa, revela
la textura de cada una de sus obsesiones y deja al descubierto la poderosa
personalidad de su autora.
En estos escritos a mano no hay géneros puros, las
narraciones van del ensayo a la prosa poética con la naturalidad que les
proporciona el genio de esta escritora que nunca aceptó las ataduras de lo
convencional. Pongamos por ejemplo el cuento “Mendiga de São Domingos”, donde
desarrolla de nueva cuenta el ciclo de la diosa madre, que está muy presente en
Todo aquí es Polvo. El cuento le sirve de pretexto para discurrir con nuevo
lustre sobre una de sus más caras obsesiones, el culto de la triple diosa, de
tal modo que su escritura no es un simple ejercicio estético, sino consumación
de los misterios y preparación para el viaje:
Todo plazo ha de cumplirse necesariamente y a Tu
clemencia apelo, Reina y Señora de Todo lo Existente, acógeme sacrificio
funerario en Tu bosques de álamos y sauces, y permite que se desprenda libre y
gozosa mi alma hacia Tu Luz mientras la nieve sepulta mi cuerpo en el seno de
las sombras purificadoras.
Amén…
En este libro también hay poemas, en ellos prevalece la
rima asonante tan despreciada por los poetas, pero a la que le debe su
popularidad Jaime Sabines. La versificación de estos poemas no responde al
ritmo de la acentuación prosódica, la tradición hebrea pesa mucho más, así que
su ritmo constantemente se respalda en la versificación paralelística que no
atiende a la reiteración fónica, sino a la reiteración del pensamiento:
Yo soy mi propio mar
el barco en que navego
el puerto la escala
el adiós el encuentro
el viaje y el trayecto
no hay enrancia
sólo un perpetuo zarpar.
La estructura de estos poemas también resulta interesante
en su exploración, especialmente en “Intemperie”, poema al que atraviesan tres
distintas lecturas, 1) la anecdótica, 2) la que reflexiona sobre el decir del
poema y 3) la que reuniendo las dos anteriores da cuenta del despojamiento al
que nos somete la muerte.
Sé que es un lugar común
pero voy a decirlo
-desgajaron de raíz el árbol-
con esas palabras y no otras
-de raíz el árbol guardián de la calle-
sencillas y claras
-el árbol donde trepabas niño-
como las líneas de dolor
que su ausencia súbita trazó
-el árbol a cuya sombra
tantas infancias anidaron-
desde la raíz hasta las ramas
lo desgajaron
la calle tan desnuda
huérfana…
Escritos a Mano también nos muestra los múltiples
universos que conviven en la escritura de Esther Seligson, la dualidad de la
cultura mexicana y la hebrea y sus paralelismos que se lee en “De ciudades
santas y tierras prometidas”; de su búsqueda de la espiritualidad manifiesta en
todos los lugares que visitó, así fuera París, Jerusalén “poblado de plegarias”
o el Tíbet, donde comprendió “cuán real es el mito universal de un centro
originario común”.
La lógica que rige la escritura de Esther es “intuitiva,
multidimensional y polisémica”, leerla es “permitirle a lo insólito entrar
libre y gozosamente” a través de nuestros sentidos, es aprender “que la
escritura es la única Tierra Prometida que le espera al escritor, y el Libro la
única ciudad santa que le da cobijo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario