por Mijail Lamas
Poesía reunida
Enriqueta Ochoa
Prólogo de Esther Hernández Palacios,
México, fce, 2008,
Letras Mexicanas, Poesía,
439 p.p.
ISBN 978-968-16-8097-8
Al penetrar en el vasto continente de esta Poesía reunida, es posible afirmar lo que ya sabemos: que desde la aparición de su primer libro, Las urgencias de un Dios (1950), Enriqueta Ochoa (Torreón, 1928-ciudad de México, 2008) dio muestras vehementes de madurez y originalidad. Habría que insistir, incluso, en que el poema que da título a ese volumen inicial es uno de los textos perdurables de la poesía mexicana. Por un lado, despliega imágenes poderosas, apoyado en una estructura melódica definida mayormente por libres combinaciones de endecasílabos y heptasílabos. Por otro, plantea un acercamiento muy directo y, por momentos, desafiante a Dios, lo que habría de colocarlo junto a los grandes poemas mexicanos del siglo xx que buscan dar cuenta de esa huidiza y multiforme presencia (Canto a un dios mineral, Muerte sin fin). En esta vena, la poeta dialoga con el decir poético de San Juan de la Cruz en sus constantes incursiones místicas:
Recordad que Dios es el espejo
más contradictorio y bifurcado,
acomodado a todas las pupilas.
Yo lo esculpo a mi modo y le doy forma.
También elabora, cercana a Saint-John Perse, una mitología adánica de la infancia:
Con tres doncellas me heredó mi madre:
la que vive en los altos,
toda hecha de luz; de ese viento dorado
con que el sol nos habita.
Es cierto que a estas alturas de los enunciados filosóficos Dios ha muerto, y para nombrarlo hay que parirlo nuevamente. Así, Dios se vuelve una presencia familiar que habita el vientre como un amargo regalo y, en su indecisa postura, no termina de emerger. De este primer libro destacan también la nostalgia de “Triple habitación” y el misticismo un tanto panteísta de “Mentido paraíso”.
En su búsqueda de la visión divina, el cristianismo de Ochoa tiene elementos paganos, pues esa mirada atenta de las cosas y el entorno admite al cuerpo como medio para experimentar la divinidad. Por eso también es interesante que esta poesía que clama por Dios, a veces optimista, a veces desencantada, no pregone el hábito y la celda monacal, sino que se define como la de una “virgen terrestre” que busca a Dios pero que ha procreado, y por lo tanto ha sentido al varón “dilatarse con toda su soledad”. Es una poesía no ascética sino vitalista.
Posteriormente, encontramos Los himnos del ciego (1968), en que destacan poemas que reflexionan sobre el ejercicio de poeta: “el que canta es un ciego/ con los ojos de faro/ y los labios de raíz oscura”. Como resultado surge, a su vez, la preocupación sobre la imposibilidad del decir: “he terminado como siempre/ astillándome, al querer penetrar, escalando tinieblas,/ el corazón de las cosas”. Y a pesar de esa imposibilidad de cantar la maravilla, esta voz no se detiene, pues en los cuatro primeros apartados de esta Poesía reunida (Las urgencias de un Dios, Los himnos del ciego, La vírgenes terrestres y Retorno de Electra) Ochoa transita con solidez sus temas recurrentes, entre ellos, el desolado paisaje de la derrota amorosa y el abandono, en poemas como “Dido” y en los posteriores “Para evadir el cierzo de la muerte que llega” y “El testimonio”.
Si bien la intensidad de las metáforas y las imágenes es una constante en la poesía de Ochoa, a lo largo de este volumen experimentamos la sensación de repetición y recurrencia temática; es decir, comprobamos que su obra se sustenta en la variación de temas que difícilmente abandona. En ese sentido, Canción de Moisés (1984) y Bajo el oro pequeño de los trigos (1984 y 1997) incluyen poemas que son, algunas veces, reelaboraciones de los presentes en libros anteriores, y acaso estos nuevos gocen de un medio tono mucho más marcado. Con todo, sería injusto afirmar que la voz se haya agotado del todo:
Yo fui la piedra de escándalo:
contra mí se levantaron las lágrimas
de todos mis hermanos...
La piedra con la que los otrostropezaban
encendidos de vergüenza.
Así, la evolución de esta voz a lo largo de los años ha sido gradual, no radical; si acaso se observa una incorporación del léxico de la astronomía (cosmos, galaxia, planeta, órbita) mucho más acusada en poemas recientes (“Se estampa contra mí la mano del universo” o “Gira la luz en el oleaje de las galaxias”), que se funden con el ya conocido universo de la naturaleza terrestre, que tanto la distingue. En todo el volumen sólo hay un cambio de registro, que va del melódico verso de factura eficaz a la prosa poética. Asaltos a la memoria (2004) se compone de apuntes autobiográficos (infancia, familia), mediante un prosaísmo afectado por giros poéticos que no trasciende más allá de la anécdota bien contada.
Hacia el final, el inédito Los días delirantes revela poemas de una sencillez y contundencia que reafirman la veta inagotable de la autora. Destacan poemas como “Alguien debe llevarte al centro de todas la galaxias”, dedicado a Marilyn Monroe, con una soltura de versos poco común, ya que no atiende al eje rítmico de versos impares acostumbrado por la autora, y que recuerda el poema famoso de Ernesto Cardenal. Hay también homenajes a Octavio Paz, Rilke, Pessoa, entre otros. La sección “Final” tiene ese impulso conmovedor de la buena poesía: “La noche avanza/ en el centro del agua desnuda de los astros,/ tiembla.”
Leer esta Poesía reunida de Enriqueta Ochoa significa explorar un extenso continente en que los paisajes, muchas veces en las alturas, se multiplican en una determinada cantidad de variaciones, en una rica variedad de imágenes sustentadas en una arquitectura de pulidas cadencias. Pero esta, muchas veces, alucinante topografía no está exenta de algunos escarpados y descensos.
Publicado en la revista Letras Libres (Enero de 2009)
lunes, 12 de enero de 2009
lunes, 5 de enero de 2009
El otro amor, la otra tierra
Runas del deseo. Antología poética, 1971-2004
Cristina Peri Rossi
Prólogo de Eduardo Milán, compilación de Ángels Gregori,
México, uacm, 2008, Poesía, 264 p.
ISBN 968-5720-97-5
Algunos de los elementos formales y temáticos que definen a la poesía uruguaya del siglo xx son su filiación temprana y duradera a las vanguardias y sus elaboraciones sustentadas principalmente en la asonancia y la paranomasia, que se han establecido en mayor o menor proporción como formas duras. De las temáticas que perduran hasta nuestros días podemos localizar dos muy recurrentes: el exilio y la militancia social y política, motivados por la dictadura militar (que se extendió de 1973 a 1985) y los movimientos sociales de los sesenta, respectivamente.
Hay otro rasgo muy notable de la tradición poética uruguaya del siglo xx, y es la fuerte presencia de sus voces femeninas; nombres como los Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini, Idea Vilariño e Ida Vitale han tenido gran resonancia en Latinoamérica, a pesar de que su poesía no se edita mucho en estos días, o por lo menos muy poco en nuestro país.
En este contexto surge la obra de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941); la antología Runas del deseo presenta una muestra muy significativa de su poesía, que conserva esos rasgos tan caros a su tradición e incorpora una elaboración de versos que rehúyen toda regularidad métrica, mezclando versos pares e impares que crean una música sincopada y a veces decididamente arrítmica: “Y caminando por los jardines del palacio de Buckingham_/_te dije:_/_‘y además no es necesario pasear por Europa_/_para llenar los poemas de nombres tradicionales’._/_Me miraste ofendida,_/_porque a las cinco tenías cita_/_con la tumba de William Blake.” Esto, a pesar de tener tanta simpatía por la sonoridad del alejandrino nerudiano que la voz reescribe, retuerce o cita en más de una ocasión: “Podría escribir los versos más tristes esta noche,_/_si los versos solucionaran la cosa.” En su poesía hay también ese coloquialismo que se vincula tanto a la poesía conversacional, muy representativa de otro uruguayo, Mario Benedetti, y que tan bien practicaran en México poetas como Jaime Sabines y Bonifaz Nuño, este último de manera magistral en El manto y la corona.
Cristina Peri Rossi plantea desde sus primeros poemas lo que será uno de sus ejes constantes: el amor, con persistentes incursiones en lo erótico, y que reconoce en su igual al objeto de su deseo, lo que sería el canto del otro amor, como lo nombró en ese preclaro homenaje al Arcipreste de Hita aquel poeta sonorense de nombre Abigael Bohórquez. A pesar de su distancia geográfica y, casi insignificantemente, generacional (Abigael es mayor cinco años), a estos poetas los hermana cierta atrevida expresividad erótica: “muy por lo bajo te murmuro entre las piernas_/_las más secreta de las oraciones_/_Tú me recompensas con una lluvia de tus entrañas_/_y una vez que he terminado el rezo_/_cierras las piernas…”, escribe Peri Rossi en “Vía Crucis”, mientras que Abigael, en “Primera ceremonia”, cifra su decir en las líneas siguientes: “De pronto, tú, el relámpago,_/_abierto, florecido, restallante_/_arriba, abajo, encima ¿dónde?_/_hiendes la oscuridad,_/_y adentro:_//_Llueves.” Este diálogo deja en claro que la buena poesía está por encima de cualquier etiqueta, y que, no importando el ser que canten, si la expresión es superior, perdurará.
En la poesía de Peri Rossi hay esa mirada irónica que propicia un humor un tanto oscurecido y pesimista, presente en su crítica al totalitarismo (“Podríamos hacer un hijo_/_y llevarlo al zoológico._/_Podríamos esperarlo_/_a la salida del colegio…_/_Podríamos cumplir con él los años._//_Pero no me gustaría que al llegar a la pubertad_/_un fascista de mierda le pegara un tiro”), motivado también por la condición desafortunada de estar en una tierra ajena: “Lo mejor es no nacer,_/_pero en caso de nacer,_/_lo mejor es no ser exiliado.” También hay en sus poemas la cara opuesta de la moneda, donde esa otra tierra, la del exilio, es la posibilidad del descubrimiento: “Para que yo pudiera amarte_/_tuve que huir en barco de la ciudad donde nací_/_y tú combatir a Franco.” Como en el anterior ejemplo, no es raro que Peri Rossi vaya uniendo sus temáticas, así en los intempestivos poemas del apartado “Descripción del naufragio”, donde el desamor y la denuncia social se hacen comunes y presentes.
A medida que el lector se adentra más en el libro creerá que la voz de la poeta va tomando una temperatura mucho más templada en la elaboración de sus metáforas eróticas, como cuando escribe: “En el amor, y en el boxea,_/_todo es cuestión de distancia”, pero más adelante podemos leer: “Ah, no estábamos ahí_/_mirándonos intensamente_/_susurrándonos obscenidades_/_mientras el magret de pato sangraba_/_como tu concha_/_concha marina_/_concha de amar el mar.” Asimismo, se puede observar una mayor incorporación de referencias tanto populares como cultas, lo que permite establecer empatía con la autora al respecto de sus gustos por la música de Tom Waits, la lectura de Freud, la poesía de Blake y la pintura de Francesco Guardi.
Pareciera que Cristina Peri Rossi cree en la capacidad oracular de la poesía, como lo demuestra el título de este libro, pero este título hace más referencia a la obsesión que la escritora tiene por el lenguaje, como se muestra de manera mucho más explicita en el apartado “Babel bárbara”: “Altiva como la A (anaconda)_/_Balbuceante como la B (Babel bárbara) /…Viceral como lo V (Vientre, voluta)” o “Amar es traducir_/_—traicionar—._//_Nostálgicos para siempre_/_del paraíso antes de Babel.”
Cristina Peri Rossi lanza un puñado de poemas que son revelación cotidiana, catálogo de ciudades ajenas, una vida de exilio para quien sabe que no se “escribe de las cosas, sino del nombre de las cosas” y con ello entrega una poesía que se atreve a señalar la injusticia y a celebrar los variados matices de ese otro amor de los iguales.
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